Un texto de Alberto Cordero
Marruecos es un paraíso cercano, con un montón de explicaciones para nuestro carácter andaluz, un lugar donde los aromas son como esos que recuerdan a la casa de tus abuelos, de tus ancestros. Y para el inquieto equipo SaltaRíos® tiene un interés muy especial.

Más allá de los cous cous, las chilabas, la voz del almuédano convocando a la oración, más allá de los desiertos, los dromedarios y los hombres azules, Marruecos está surcada de Noreste a Suroeste por el Gran Atlas, una impresionante cordillera con altitudes superiores a los 4000 metros, salvaje en casi toda su extensión por la falta de infraestructuras que la recorran. En el Atlas las veredas aún no son sendas señalizadas sino vías de comunicación. Esas magnitudes son las que llevan años incendiando el espíritu SaltaRíos®, porque las grandes montañas tienen grandes nieves que en la primavera tienen que bajar al mar en forma de ríos caudalosos con los que nosotros tenemos una cita casi anual.
Conformado todo el equipo en Estepona pertrechamos nuestros kayaks en la furgo de SaltaRíos® e iniciamos el viaje cogiendo por los pelos el ferry que nos tenía que llevar de Tarifa a Tanger. El pasaje por persona cuesta unos 35 euros, la furgoneta unos 130 euros, el combustible es un 30 % más barato que en España y el alojamiento con desayuno y las exquisitas cenas marroquíes puede costar entre 10 y 25 euros por asistente, lo cual hace de Marruecos un destino asequible.

A nuestra llegada a Tánger pusimos rumbo al primer río que íbamos a remar, el Sebou, cerca del pueblo de Sefrou en los alrededores de Fez, un clase III/IV con lo que nos pareció algún paso de V. Allí recibimos la sorpresa de encontrarnos con unos amigos locales que nos habían ayudado años atrás en algún momento de apuro, y disfrutamos del color cristalino de sus aguas, en un entorno que dibujaba en nuestras mentes la palabra armonía.


Al salir del río comimos y pusimos rumbo a Oum Er-Rbia, Río Verde en español, un río que es alimentado por fuentes de agua dulce y agua salada, que tiene un paso de clase IV en medio de unas teterías que los locales tienen para turismo, lo que lo hace pintoresco. Fue una lástima haber llegado en domingo, y estaba tan masificado de turistas que decidimos seguir haciendo camino hasta nuestro objetivo principal, la Catedral y el río Ahansel. Así que tras compartir campamento y té con los chicos de un instituto cercano, que hacían su domingo de campo, partimos atravesando los bosques de encinas y cedros de los alrededores de Khenifra hacia nuestro objetivo.
Hicimos una breve parada logística en el embalse de Bin El-Ouidane antes de llegar al albergue que hay a los pies de la misma Catedral, que se convertiría en nuestro centro de operaciones en los días sucesivos, porque los ríos que se navegan allí, o bien parten del albergue o bien llegan a él.
La mañana siguiente de nuevo al agua, esta vez el Ahansel, el río guerrillero porque parece ser que en la época de la ocupación francesa el ejército encontró en los habitantes del río unos aguerridos luchadores. Cincuenta kilómetros de río de clase II/III en el que tus paladas son vigiladas por torres bereber construidas de forma imposible en el interior de cuevas en medio de inmensas paredes que el río ha labrado con paciencia, en un entorno de bosques y cañones, con fin de recorrido en el embalse de Bin El-Ouidane donde nos esperaba una barcaza que nos ahorra palear todo el pantano y nos regala un paseo relajado.
En la jornada posterior, nuestro porteador habitual, Ahmed con su gorra, su bigotito y su sonrisa permanente, nos condujo pista arriba hacia el pueblo de Zaouiat Ahansel, en las cercanías del circo de Taghia, por donde el río Ahansel recorre sus primeros kilómetros fertilizando un coqueto vallecito de pequeñas parcelas de cereales verdes en medio de los ocres de la montaña, una línea de vida.

El alto Ahansel es un río que de repente tiene un desnivel continuado y se estrecha en un cañoncito con pasos de IV, ratonero y divertido que nos hizo abrir bien los ojos y afilar nuestra técnica, además de darnos algún contratiempo (que no susto).
Este recorrido nos hace el regalo de pasar por delante de la Catedral, cuyo nombre en bereber significa acuerdo, trato, una montaña de conglomerado que tiene una pared vertical de 600 metros de altura, desde donde uno de los miembros de la expedición, que además de navegar ríos también surca los vientos, despegaría esa misma tarde con su parapente, y en donde hay también un despegue de salto base.
Después de tanto ajetreo, Iñaki y Pablo parten a Marrakech a recoger unos amigos que vienen a hacer rafting con nosotros, mientras el resto del grupo, salvo Eamonn, que vuelve a volar por la mañana, se toma un buen descanso.
Cuando nuestros amigos llegaron pasaron al mundo de la vida en el río, con el cocinero Ahmed, que cocinaba dentro de una jaima y nos tenía preparada una fogata junto al río con la que terminar el día tocando la guitarra, una armónica que también apareció, canciones, preparado el cuerpo y el espíritu para estar dos días en el río.
Al amanecer nos despedíamos por este año de La Catedral, partíamos en nuestros kayaks y balsas para navegar durante dos días el Ahansel clásico. Al caer el sol Ahmed ya tenía preparada nuestra ropa seca y había montado una jaima en el río para hacernos la cena y que tuviésemos un lugar para descansar después de haber remado todo el día. Toda una expedición porque todo fue porteado con mulas al río, que pastaban tranquilas recuperando su cansancio. Esa noche tuvimos fiesta bereber alrededor de la hoguera, los porteadores, los guías de otra empresa y nosotros terminamos cantando, bailando y tocando con instrumentos improvisados.
Desayunamos junto al río, y continuamos navegando para pasar por los paisajes más impresionantes del Ahansel hasta llegar al embalse, donde nos recogió la misma barcaza que nos dejaría en el coche para coger camino del penúltimo destino del viaje.
Las Cascadas de Ouzud, un río cuyas aguas surgen de fuentes y que se precipitan por una pared roja de más de cien metros en medio de un bosque verde de olivos y algarrobos recorridos por monos, que viven en las cuevas de sus paredes.
Es un río muy divertido de navegar, justo debajo de las cascadas se embarca para un tramo que tiene veinticuatro saltos de hasta diez metros en tres kilómetros, pero que no pudimos remar porque no nos dio tiempo de pedir el permiso correspondiente, otro año.
Así que hicimos visita turística a Ouzud y partimos hacia Marrakech, donde comimos y nos dimos una vuelta fugaz por la plaza roja, entre serpientes encantadas, espectáculos teatrales y circenses, puestos ambulantes, un auténtico zoco en activo que se llena de miles de personas cada vez que el sol se acuesta.
Volveremos pronto, qué duda cabe. Avisaremos para que podáis disfrutar con nosotros de este espectáculo, inigualable.
